Thursday, March 4, 2010

CAMINANTES DEL DESIERTO


Viajaba sola en el árido desierto con la ilusión de encontrar el verdadero oasis, pero durante el trayecto no encontraba más que álgidas piedras y la inmensidad de un inhóspito mar de arena. Imaginaba aquel vergel como un lugar en donde sólo se pueden juzgar los días y las noches, pues el tiempo juguetea con las horas, conciliándose el sosiego con el alma. Ideaba un sinfín de palmeras y olivos de raíces profundas, afianzando el afecto por su sostén y a los camellos besando con sus labios carnosos la linfa emanada de la tierra que sacia la sed.
Fecundaba la idea en su mente como un fabuloso elíseo, no como un espejismo, incentivándola a escalar hasta el último aliento en dirección a la cima de las dunas. Pero al llegar arriba el jardín de sus sueños se desvanecía ante la visión de numerosos montículos de arena que aún tendría que atravesar hasta lograr alcanzarlo.
Extenuada, se detuvo por unos instantes en la cúspide y oteando el horizonte giró a su alrededor hasta fijarse en el camino anteriormente recorrido. Identificó excesivamente distantes, las piedras que en tiempos agasajaron su cuerpo y nutrieron su existencia. Las fantaseaba con extremidades desplazándose en rumbos distintos, simulando aquellos amigos y amados que por desidia se hallaban perdidos y que, tal como ella, deambulaban solos y envejecidos por los agitados vendavales, enmudeciendo sus voces - y es que el viento silba, como suelen silbar las palabras, es suave y dulce al aliento de una brisa pero áspero y amargo al soplo de un tifón.
Despedazando su corazón, prefiere ausentarse de un lugar que cree no ser el suyo. Persistiendo en ella la soledad como una necesidad de su alma, hurgando desde su retiro pensó en partir. Lo decidió aquel día frente al espejo, al delinearse la tristeza en las rugas de su rostro y reflejarse las muchas frustraciones en los poros de su piel desnuda.
En la magnitud del silencio percibe como las piedras queridas van callando su voz y como desatienden la suya. Desea también enmudecer y perseverando la distancia deja de oírlas. En la apremiada afonía es consciente de que ha sido ella que, por descuido, olvidó escuchar sus voces.